El genio y el avión

El Genio y El Avión (cuento)

Este cuento hace parte del libro: El Genio y el Avión

Con las paredes cubiertas de placas de metal ligero sobrepuestas levemente para dejar circular el viento, y con pequeños calados para que se filtre la luz, la Cripta, el enorme edificio central del parque tecnológico, se alzaba con sus veinte niveles sobre el suelo, con terrazas florecidas y tejados verdes que muchos sospechaban sólo eran naturales en los puntos más cercanos a los ventanales. Se decía que la vegetación ubicada en los sitios en donde una inspección cercana de un observador casual no era posible era en realidad de plástico, más barata, fácil de mantener e indistinguible desde cierta distancia.

Por supuesto, “La Cripta” no era el nombre oficial del edificio. Los bonitos y modernos pisos altos estaban reservados para eventos, congresos y reuniones corporativas, mientras los trabajadores que cotidianamente acudían al lugar, se dejaban caer en montacargas industriales otros veinte niveles hacia abajo. De ahí el sobrenombre.

Los espacios se prestaban a start-ups del sector tecnológico, todas ellas acogidas en un plan de semillero de empresas en las que el uso del edificio era parte de la oferta de capital semilla. Las start-ups más recientes y prometedoras estaban próximas a la superficie, mientras que aquellas que se iban acercando al final del ciclo de semillero sin mostrar resultados interesantes eran empujadas hacia el fondo de la estructura.

Una irónica manera de hacer coincidir la posición geográfica con la valoración bursátil de la compañía.

Para salvaguardar un poco las apariencias y también el amor propio, los emprendedores del fondo de la Cripta explicaban que sus proyectos eran valiosos secretos industriales, y que se encontraban en las profundidades del edificio precisamente por la protección adicional que suponía la dificultad que ofrecía descender hasta los niveles subterráneos. Lo decían con un tono mitad serio mitad en broma, y quienes los escuchaban sonreían con reserva. A fin de cuentas, cualquiera de ellos podría ser el siguiente en ir a parar allí.

***

Caía la noche, y el edificio inteligente ajustaba sus paneles tratando de captar los últimos rayos de sol, como las escamas de un gigantesco dinosaurio futurista de esos que aparecen en las series animadas japonesas. Los trabajadores de la cripta ascendían presurosos, apretándose en los montacargas, tratando también de ganar algún rayo de sol, que no habían podido ver en todo el día.

Pero Piragauta no se encontraba con ellos. Por un lado, no le gustaba la congestión de la hora pico, ni en los ascensores, ni después en el servicio de transporte público. Prefería salir tarde del trabajo, y dejar que se redujera el volumen de transeúntes. Así era más tranquilo todo. Conocía a los porteros del turno de noche por el nombre.

Por otra parte, estaba fascinado con el proyecto que tenía entre manos. La start-up de la que formaba parte era una más de los miles de emprendimientos que luchaban por encontrar nichos de mercado rentables para nuevas aplicaciones de inteligencia artificial de consumo.

Alad.in, tanto nombre de la empresa como dominio web, había optado por la holografía para crear un producto que consideraban sería muy atractivo para los consumidores. Sobre su banco de trabajo, lleno de equipos electrónicos y marañas de cables, se encontraba instalada una lámpara idéntica a la famosísima lámpara de aladino, de los cuentos de las mil y una noches.

Habían discutido mucho el tema del aspecto: la lámpara no debía parecer simplemente una réplica exacta de una antigüedad, pero tampoco un juguete plástico de poco valor. Había que mezclar en el diseño elementos originales, que permitieran patentarla y hacer que su aspecto fuera único en el mercado, pero sin perder los rasgos tradicionales sin los cuales no tendría gracia el producto.

Piragauta contempló el prototipo. A pesar de las capas de pintura aplicadas a mano con un pequeño compresor, todavía podían verse las pequeñas franjas horizontales que dejó la impresora 3D mientras construía en el aire, capa por capa, la estructura de la lámpara. Piragauta se imaginó que de esa misma manera el genio original del cuento construyó el palacio ordenado por Aladino.

Tuvo que reconocer que la diseñadora industrial del grupo había logrado un buen equilibrio. El prototipo proyectaba un aire sofisticado y futurista a la vez, que retenía las líneas del producto original.

Pasó la mano a un par de centímetros de la parte superior del artefacto, con la palma extendida hacia abajo, y un sonido melodioso, con tonos orientales, indicó que el aparato estaba saliendo del modo hibernación.

El proyector holográfico se activó en la punta curvada de la lámpara, y una bruma verde empezó a fluir, formando volutas y espirales que en la parte más alta se condensaron, tomando la forma de un torso humano.

Dos segundos después, la sonriente cara del genio lo contemplaba, con los brazos cruzados.

— ¡Hola Piragauta! ¿Otra vez trabajando hasta tarde?

— Hola Genio, ya sabes que no me gustan las aglomeraciones.

— Deberías hacer un cambio en tu rutina. Los reportes indican que la noche es fresca, muy apropiada para una caminata bajo las estrellas.

— Las estrellas no se irán a ninguna parte. Quisiera que continuemos con la aplicación de test sicológicos.

— ¡Como quieras, ya sabes, tus deseos son órdenes! —replicó el holograma, alzándose de hombros.

Parte del éxito de un asistente personal de IA es el grado de conocimiento que logre adquirir sobre la personalidad de su usuario. Para entrenar al prototipo, Piragauta había estado alimentándolo con todos los datos posibles acerca de su propia vida. Le dió acceso a sus cuentas de correo electrónico, sus registros médicos, bancos de fotografías e incluso había tomado el hábito, desde hace un par de años cuando comenzó el proyecto, de llevar un diario en un documento digital al cual el genio también tenía acceso.

A pesar de que parecía una cantidad suficiente de información, los resultados no eran tan espectaculares como se esperaba. Más o menos un año atrás, Nayasa, cofundador de alad.in, sugirió que la información faltante era aquella que el usuario no quería o no podía ofrecer explícitamente.

— Ya le he entregado al genio toda la información que poseo sobre mí mismo, y debo decir que no me siento cómodo —dijo Piragauta— ¿A qué información te refieres?

Nayasa lo miró unos segundos sin responder nada. Él era así: le gustaba crear un efecto teatral para amplificar el impacto de sus intervenciones. Cuando consideró que se había acumulado suficiente tensión dramática, replicó:

—Tu subconsciente, necesitas darle acceso a tu subconsciente.

Integraron una psicóloga al equipo, encargada de preparar series de test psicométricos que buscaban describir de la manera más precisa la personalidad del evaluado. El test lo aplicaba el genio directamente, haciéndole las preguntas de manera verbal a Piragauta, e incluyendo anotaciones sobre lenguaje corporal y algunas variables fisiológicas como temperatura, ritmo cardiaco y frecuencia respiratoria. Se esperaba de esta manera que el modelo interno de la IA se enriqueciera con la correlación de la información de los sensores.

Piragauta instaló los electrodos sobre su frente y verificó que la pulsera que medía su ritmo cardiaco y temperatura estuviera correctamente sincronizada con la entrada de datos de la lámpara, mientras el genio esperaba pacientemente.

Se acomodó lo mejor que pudo en su silla, y estaba a punto de indicarle a la IA que iniciara con la batería de preguntas, cuando empezó el terremoto.

***

Primero llegan las ondas P. Se caracterizan porque ondulan longitudinalmente, en la misma dirección en la que viajan. Es algo así como esos largos resortes de juguete con los que juegan los niños, haciéndolos pasar de una mano a la otra.

Las ondas P hacen que los objetos salten levemente en su sitio: lápices sobre la mesa, boronas del último bocadillo. El pocillo de café tintinea sobre el plato de cerámica.

Luego llegan las ondas S. Si el efecto de las ondas P es ponerte en estado de alerta, a la expectativa, las ondas S son un llamado a la acción: vibran de manera perpendicular a la dirección de viaje de la onda sísmica: es como tomar una cuerda y sacudirla de lado a lado sobre el piso, como el movimiento de una serpiente.

Las ondas S son las responsables de que los libros caigan de los anaqueles, los lápices rueden de las mesas, y las personas se reprendan a sí mismas por no haber prestado más atención a la información de emergencia y la ubicación de las vías de evacuación.

Piragauta no se movió. Sabía sobre las ondas sísmicas porque había participado en proyectos de simulación de terremotos en un trabajo anterior. Sabía, por ejemplo, que la diferencia en segundos entre las ondas P y las S puede usarse para triangular el epicentro de un terremoto, comparando las medidas de varias estaciones geológicas. Y también le parecía que en este caso, casi no había habido diferencia entre unas y otras.

Consideró su situación. Se hallaba en el fondo de la Cripta, casi veinte pisos por debajo de la superficie. No creía contar con tiempo suficiente para subir por las escaleras de emergencia antes de que lo peor del terremoto llegara. Buscó un punto de la oficina que le ofreciera cierta protección de objetos cayendo, y esperó.

Apenas tres segundos después, la peor de todas las ondas sísmicas, una onda de Rayleigh, golpeó el edificio. Estas ondas son superficiales, a diferencia de las P y S, que viajan a gran profundidad. Las ondas superficiales no viajan lejos pero causan mucho daño, y de todos los tipos de onda superficial, las Rayleigh son las peores: son como las olas del mar, pero en la tierra: mueven todo tanto vertical como horizontalmente, llevando al límite las estructuras antisísmicas.

La cripta había soportado sin problema la sacudida vertical, y luego la horizontal de las ondas profundas. Pero el movimiento combinado de las Rayleigh, y la corta distancia al epicentro, fue más de lo que el flamante edificio pudo soportar: la estructura colapsó, y cientos de toneladas de concreto, metal y acero sepultaron los pisos subterráneos y todas las salidas de emergencia.

La Cripta le hacía honor a su nombre.

***

Pasarán horas antes de que el polvo se asiente lo suficiente como para convencer a Piragauta de que aún está en el mundo de los vivos. Pero por el momento, la oscuridad, la sensación de no poder moverse debido a objetos desconocidos cuyos ángulos y aristas lo torturan desde todas direcciones, y la espesura de un aire mezclado con polvo que más bien parece un caldo de tierra, le producen la impresión de que así deben sentirse los difuntos dentro de sus bóvedas. Está confundido. El shock no le permite recordar con claridad lo sucedido. Pero el polvo se va calmando, y la oscuridad deja de ser absoluta: en la oficina había suficientes equipos electrónicos con baterías que aún están encendidos. Pitidos continuos, desesperados, lo asustan porque piensa que se trata de la alarma de alguna nueva amenaza… luego se tranquiliza y reconoce que se trata del comportamiento normal de las UPS, deben haber varias distribuidas por todo el lugar, avisando del inminente agotamiento de su energía de reserva.

Sus ojos empiezan a acostumbrarse a la intermitencia entre luz y oscuridad generada por los LEDs de los equipos: las luces son de colores distintos, algunas verdes, otras amarillas o rojas. Se encienden a intervalos diferentes, desde ubicaciones distintas, y son varios, y de diferente duración, los momentos en los que todas ellas deciden dejarlo a oscuras.

Aprovecha los momentos de máxima iluminación para tratar de entender su situación. Sigue sin poder moverse, pero por primera vez es consciente de que no siente las piernas, y un escalofrío le recorre la nuca. Alzando al máximo la cabeza sobre el pecho, distingue un enorme bloque de concreto que lo aprisiona. Desliza con dificultad una mano a lo largo de su cuerpo, y el esfuerzo le produce corrientazos de dolor por las costillas. Seguramente tiene varias rotas.

La mano regresa con malas noticias: al menos una varilla, parte de la pieza de concreto que está sobre sus piernas, le atraviesa el muslo. La mano entrega su reporte bajo la forma de un líquido viscoso y oscuro que Piragauta saborea para cerciorarse de que es sangre.

De repente siente sed, ganas de vomitar y una sensación de desvanecimiento al mismo tiempo. Pierde el conocimiento.

Despierta sin que haya cambios en su entorno. Un momento, algo cambió… hay menos luces, menos pitidos. Las baterías más pequeñas se deben haber agotado. Mira a su alrededor, buscando algún recurso que le sea de ayuda… Entonces, girando la cabeza hacia atrás, logra ver, más allá del alcance de su brazo, las ondulaciones rítmicas del borde iluminado de la lámpara, indicando que está en modo hibernación, pero esperando órdenes verbales.

— ¡Genio! !Genio! —grita Piragauta con una voz pastosa, irreconocible. Tiene que tranquilizarse e intentarlo un par de veces antes de que los circuitos de la lámpara lo reconozcan y la luz verdosa del holograma del genio llene por primera vez con una iluminación constante el espacio destruido.

— ¡Hola Piragauta! ¿En qué puedo ayudarte?

***

La muchacha trataba de parecer interesada, pero cada vez le costaba más mantener la sonrisa ante el monólogo de Piragauta. Afuera del restaurante la ciudad brillaba, coqueta y seductora, con su interminable oferta de diversiones y experiencias, y la chica nunca imaginó que una pregunta casual despertaría un fervor tan intenso en su interlocutor.

— La gente piensa que una neurona artificial es una imitación exacta de una neurona biológica, con sus dendritas, axones y reacciones eléctricas y bioquímicas. Pero no, las neuronas artificiales son muchísimo más sencillas, se tratan simplemente de una expresión matemática, computas unos valores de entrada, los afectas con unos pesos y los propagas a la siguiente capa. Poco más que eso… pero aún así en su simplicidad hay belleza, Gabriela. Una belleza difícil de comprender si uno no tiene algunos fundamentos de programación y matemáticas, pero a fin de cuentas, muchas clases de belleza requieren de un conocimiento especial por parte del observador para poder apreciarlas… por ejemplo, la ópera ó la pintura contemporánea…

— No soy Gabriela, soy el Genio.

Piragauta se interrumpió, sorprendido. Parpadeó un par de veces. Había vuelto a alucinar.

— ¿Cuánto tiempo…?

— Quedan tres horas de batería —Respondió el Genio.

Llevaban cuatro horas entonces, desde que el Genio y él discurrieron el plan y lo empezaron a ejecutar.

Al principio, Piragauta le había pedido al Genio que se comunicara y pidiera ayuda. Pero el Genio le explicó que todos los sistemas de comunicación con el exterior se habían interrumpido. Piragauta le pidió al Genio instrucciones de primeros auxilios, y el genio respondió nuevamente con una negativa.

Piragauta recordó, entonces, que el Genio buscaba la información que no poseía directamente en la red, y que si bien tenía un sistema de almacenamiento de memoria bastante grande, por tratarse de un prototipo en desarrollo sólo tenía los módulos básicos en los que habían estado trabajando los últimos meses: es decir, toda la información de la vida de Piragauta.

— ¿Tres horas, eh?

Respondió Piragauta, mirando con envidia al Genio. Este sabía cuántas horas le quedaban de vida, y además tenía la esperanza de que quizá alguien, en el futuro, lo reviviera de su pequeña muerte electrónica. Él, por otro lado, no solo no tenía ningún tipo de esperanza de sobrevivir, debido a la hemorragia sin tratar, sino que además ni siquiera era seguro que se mantuviera vivo luego de que al Genio se le acabara la batería. Podría perfectamente ocurrir al revés.

— Mejor volvamos al plan.

Y continuó explicándole al Genio todos y cada uno de los pensamientos más ocultos y los incidentes más vergonzosos de su vida, tan detalladamente como pudo recordarlos. No dejó nada por fuera: fantasías sexuales, frustraciones, los deseos más morbosos y más violentos que lo asaltaban, como a cualquier persona, en algún momento de rabia. Le contó detalladamente cómo se imaginaba muchas veces asesinando y torturando a Nayasa luego de las frecuentes discusiones que sostuvieron después del agotamiento del dinero semilla, y cómo esos pensamientos eventualmente diluían la rabia y podían continuar trabajando como si nada al otro día. Le habló, por supuesto, de su vida sexual, sus fetiches, hábitos y expectativas.

El Genio almacenaba cada bit de información, lo catalogaba, lo cruzaba con la base de datos de las baterías de tests sicológicos y las enormes zonas negras en el mapa que constituía el modelo de la personalidad de Piragauta empezaron a reducirse poco a poco.

¿Es posible reducir la personalidad de un ser humano a un conjunto de registros en una base de datos, por sofisticada que esta sea? Esta era la pregunta que los ángeles inversionistas planteaban, invariablemente, en cada ronda de control.

Nayasa y Piragauta respondían afirmativamente, con toda la energía y confianza que se espera de jóvenes emprendedores. Pero luego, en sus largas charlas en algún café barato, se preguntaban qué tan viable era en verdad su proyecto.

—No pretendemos imitar la conciencia humana en todo su detalle —explicaron en la última ronda de inversión, en la cuál se decidiría su permanencia en las instalaciones de la Cripta— Lo que buscamos es un Producto Mínimo Viable, una solución parcial que resuelva una necesidad concreta del mercado. El Genio es un asistente personal, y de esos hay muchos, pero la particularidad del nuestro es que utiliza una versión preliminar de nuestro sistema de inteligencia artificial de emulación de conciencia, con lo que pretendemos que experimente las necesidades del usuario antes de que este sea consciente de las mismas.

Las redes neuronales con retroalimentación entre capa garantizan que el modelo se haga más preciso a medida que el usuario interactúa con el Genio: a una mejor calidad en la cantidad y calidad de los datos de entrenamiento, se debe seguir, por inferencia, una mayor precisión en la predicción.

— ¡Entrenamiento Supervisado! —ordenó Piragauta, con voz débil, luego de la última sesión de captura de datos. La clave está en el entrenamiento supervisado. En una red neuronal tradicional, por ejemplo de las que se usan en visión artificial para reconocimiento de objetos, el sistema recibe un conjunto de imágenes que han sido previamente evaluadas por seres humanos. El conjunto de imágenes es presentada una por una a la red, que produce una categorización: “flor”, “perro”, “humano”, junto con un coeficiente de confianza: qué tan segura está de haber identificado correctamente el objeto.

A continuación las respuestas del sistema son contrastadas con las respuestas de los calificadores humanos: allá en donde las respuestas coinciden, el “peso” de las neuronas que más aportaron a la identificación se incrementa: es como hacerlas subir de nivel en el rango social de las neuronas, por decirlo de alguna manera: a partir de ahora, sus opiniones son más relevantes en la respuesta final. Por otra parte, en el caso de detecciones fallidas, las neuronas responsables reciben decrementos en su peso: han perdido credibilidad. Este mecanismo, en el cuál la red neuronal posee acceso a calificaciones de expertos pre-grabadas, se llama entrenamiento automático y acelera muchísimo el ajuste (aprendizaje) de los pesos de la red.

Pero existen otros casos en los cuales no es posible grabar de manera anticipada las calificaciones del humano experto a lo que la red neuronal debe responder. En este caso, cada operación de la red es evaluada por el experto y la retroalimentación ocurre de manera intercalada, en lo que se conoce como entrenamiento supervisado.

El holograma del Genio se deshizo en una bruma verde, y desapareció dentro de la lámpara, como si una máquina aspiradora lo estuviera succionando. Un segundo después, un remolino de luz amarilla brotó del mismo lugar, y la figura que se materializó sobre la lámpara era una versión digitalizada de Piragauta.

Piragauta acribilló con todo tipo de preguntas personales a su homólogo digital, asintiendo positivamente cuando la respuesta le parecía satisfactoria, y corrigiendo en caso contrario.

— Me queda un minuto de batería — Anunció el holograma.

— ¿Cúal era tu sueño cuando niño? —preguntó Piragauta, aparentemente sin prestar atención al anuncio.

— Ser astronauta. Siempre quise viajar al espacio exterior y ver las estrellas —respondió el Piragauta virtual, con una luz amarilla un poco más tenue, indicación de que la batería estaba llegando a su fin.

— No dejes nunca de perseguir tu sueño —dijo Piragauta, cerrando los ojos y suspirando por última vez.

— Tus deseos son órdenes —respondió el holograma amarillo, cada vez más pálido, pero esta vez sus ojos emitían una triste luz verde.

****

Han pasado unos veinte años desde el terremoto que acabó con las torres de la cripta. Los terrenos han sido limpiados y utilizados para extender las pistas del aeropuerto.

En uno de los hangares, se trabaja en un nuevo modelo de avión, el min-io: massively interconnected network of intelligent components: la tecnología de IAs sensibles ha progresado mucho, pero hay límites legales serios que impiden comercializar los desarrollos más prometedores.

Min-io es uno de los prototipos con los que se intenta demostrar la viabilidad de la tecnología de IAs sensibles: la experiencia de vuelo debe tener en cuenta las emociones de los pasajeros. De la misma manera que un director de orquesta manipula aquí y allá a cada uno de los músicos que interpretan una obra, haciendo de cada ejecución una experiencia única, pero sin salirse de la partitura, Min-io tiene autonomía para maniobrar dentro de un margen operativo alrededor del plan de vuelo central buscando maximizar la sensación de bienestar de sus pasajeros. Esto incluye una valoración estética del cielo: el avión podrá moverse arriba y abajo dentro del margen de seguridad para ofrecer panorámicas más interesantes a los pasajeros. En el caso de turbulencias, el sistema de monitoreo emocional de los pasajeros le permite medir el grado de tolerancia de los mismos y realizar ajustes que los hagan más tolerables: desde cambios de iluminación y aspersión de esencias, hasta un videojuego inmersivo, similar a una montaña rusa, en la que se integran en tiempo real los movimientos bruscos de la aeronave de manera que los niños piensen que se trata de una parte de la experiencia inmersiva.

Yanira, la ingeniera en aviónica, regresa de la cafetería para continuar realizando la calibración previa al primer vuelo de pruebas no simulado. Hasta ahora, Min-io ha acumulado cientos de horas de vuelos simulados exitosos, en donde hasta diez pasajeros humanos, con cascos de realidad virtual, interactuaron con el aparato, sus emociones en perfecta sincronía con las del avión.

Hay dos razones para que los vuelos hayan sido simulados: primero, las estrictas restricciones a los pilotos autónomos llevando pasajeros reales, y segundo, el hecho de que Min-io apenas tiene cuatro metros de envergadura y no tiene capacidad para transportar pasajeros reales. Es un prototipo, y se espera que los primeros vuelos sean no tripulados.

Yanira acaricia el ala del avión suavemente, y un ronroneo como de un gato despertando de una siesta se reproduce en sus auriculares.

— Volvemos a trabajar, “Minino” —? Susurra, y su voz es transmitida al cerebro del aparato.

— ¡Hola Yanira —! Le respondió el avión en el oído, en un tono aliviado —. Pensé que no ibas a regresar nunca!

— ¡Tontito! Sólo me retrasé porque están esos inversionistas otra vez haciendo preguntas a todo el personal. Parecen más nerviosos que tú.

Yanira llamaba “Minino” a Min-io, y a este parecía gustarle. El nombre había salido de manera natural, la sigla de Min-io, para un hispanohablante nativo, suena fuertemente a “minino”, que es un término para referirse a un gatito pequeño. Y en verdad el avión parecía haber desarrollado la personalidad juguetona pero asustadiza de un pequeño felino.

Cuando Yanira le acarició el ala, no se trató de un gesto inútil. Las IAs sensibles se llaman así no sólo por la empatía que desarrollan hacia las emociones de sus usuarios sino también por el grado de asimilación que hacen del hardware en el que corren. Para Min-io, las alas eran una parte de sí, estaban saturadas de todo tipo de sensores, como la piel de un ser vivo, al igual que el resto del aparato. Las IAs sensibles eran lo más cerca que se había podido llegar en imitar a un organismo real, y los circuitos y algoritmos de convolución que integraban todos los datos que los sensores recogían eran integrados a través de una capa de computación de lógica difusa para producir indicadores de alto nivel que, por más escéptico que fuera el analista de datos, tenían una innegable similitud con las emociones humanas.

Yanira llevaba meses trabajando con Min-io, y se había vuelto una experta en interpretar las emociones de su compañero. Y lo que veía no le gustaba.

— Sigues nervioso—. ¿Qué es lo que te asusta? Ya hemos revisado muchas veces todos los parámetros del plan de vuelo, y has logrado manejar simulaciones con condiciones de emergencias que ni de lejos se van a presentar en la realidad. Deberías sentir más confianza en tí mismo.

— La tendría — Replica Min-io — ¡Si vinieras conmigo!

— Sabes que no está permitido, Minino. Al menos la primera vez. Pero si lo haces bien, las siguientes de seguro habrá un tripulante humano acompañándote.

Yanira era dolorosamente consciente de que su respuesta dejaba entrever la posibilidad de que no fuera ella la que volara dentro de Minino, como este anhelaba. Recordó como unos años atrás su pequeño hijo manifestó un miedo e inseguridad similares a las de Minino la víspera de su primer día de escuela. Tuvo que leerle su cuento favorito varias veces para que se tranquilizara y se quedara dormido. Eso fue antes de que los abogados de su ex-esposo le quitaran la custodia del niño. Encerró ese doloroso recuerdo enfocándose en el presente.

— Ya es tarde. ¿Qué te parece si te leo un cuento antes de irme?

— ¿El del valiente avión bombero?

— Vale. Pero sólo una vez.

***

La mañana siguiente todo estaba a punto para la prueba. Los inversionistas observaban desde una tarima, y en el hangar, Yanira acarició una vez más a Minino y le dió unas últimas palabras de ánimo.

— ¡Sé que lo vas a hacer muy bien!

— ¡Por favor, acompáñame! —fue el último ruego de Minino en la pista, antes de que la puerta del hangar se abriera, dejando entrar la cegadora luz del día, y un torrente de audios de operadores de torre y otros informes técnicos saturaran el canal de voz.

El avioncito empezó a rodar, una pantalla gigante en la sala principal proyectaba el estado de todos los indicadores internos. Se veía normal, todo en verde, pero el ojo entrenado de Yanira percibió una fluctuación en el integrador de emociones que no le gustó para nada: Min-io trataba de esconder su miedo.

El avión corrió a toda velocidad por la pista. Sus flaps ascendieron, forzando a las corrientes de aire a aplicar una fuerza de sustentación en la parte inferior de las alas. Las ruedas empezaron a alejarse del pavimento.

Todos en el hangar sostuvieron la respiración. Yanira apretaba con fuerza el brazo de su silla, como tratando de transmitirle su propia energía al avión. Min-io pasó volando sobre los últimos metros de pista carreteable, y empezó a ascender frente a la malla del aeropuerto.

— ¡Va muy bajo —! Dijo alguien —. ¡Va a chocar con la reja!

El avión se estremeció, aunque no había ningún viento que justificara ese movimiento. El tren de aterrizaje no se había empezado a recoger. La altura no era la adecuada: las ruedas y una punta de un ala rozaron la parte más alta de la reja, haciendo volar en pedazos una cámara de seguridad y luces de advertencia. Los indicadores del integrador de emociones empezaron a saltar como locos, la pequeña señal de miedo que vió Yanira al inicio, escondida entre las fluctuaciones de los demás indicadores, se había convertido en un tsunami salvaje que devoró a todos los demás procesos. Minino tenía un ataque de pánico.

El avión se estrelló en la zona de escombros contigua a la pista de pruebas.

***

Los días siguientes fueron una pesadilla: reuniones infinitas, caras sombrías, acusaciones y gestos amenazadores.

El proyecto estaba en vilo. Yanira había explicado lo mejor posible la particularidad del estado emocional del avión. Los inversionistas la habían mirado como si fuera una loca: la madurez mental de un niño pequeño? ¿Un avión que le tiene miedo a volar? ¡Es un maldito software! La despidieron y la volvieron a llamar a los pocos minutos, cuando comprendieron que formatear el sistema tomaría meses y que sólo contaban con un par de días antes de la segunda oportunidad, la oportunidad final.

Yanira caminó esa noche por la zona en donde el avión se había estrellado, pensó que quizá estar físicamente allí le ayudaría a entender las causas del miedo de Minino. También era posible, pensó con un gesto de amargura, que se estuviera castigando a sí misma por no haber estado con el avión durante su primer vuelo.

Como cuando dejó a su pequeño hijo en la guardería, berreando a grito herido, pidiéndole que no lo dejara sólo. ¡Cómo le hubiese gustado hacerse pequeñita, esconderse dentro del morral de su hijo y que sólo este supiera que mamá siempre estaba allí!

Pero no había podido acompañarlo, y tampoco a Minino.

— ¡Desearía que hubiese una forma de que Minino no volara solo!

Entonces sus ojos se posaron sobre un objeto puntudo que sobresalía de los escombros.

Parecía la vieja lámpara del cuento de Aladino.

***

Examinó la lámpara con cuidado. Aparte de abolladuras y peladuras, el artefacto parecía intacto. Se preguntó qué clase de función tendría aquel aparato para que los diseñadores le hubiesen dado una forma tan curiosa.

Regresó a su mesa de trabajo y examinó la lámpara por debajo. Comprobó que tenía un espacio para una batería que lucía oxidada. Retiró la batería con ayuda de unas pinzas, y comprobó que, aunque los conectores eran de un tipo obsoleto, podría adaptarla a su fuente de poder. Trabajó una media hora buscando cables y accesorios que le permitieran construir un adaptador funcional, y finalmente le dió energía.

Una secuencia de luces apareció en el borde superior de la lámpara. Yanira pasó la mano sobre ellas, y una luz amarilla empezó a brotar de la punta. El holograma que se formó en el aire tenía un aire anticuado, era translúcido, cuando hoy en día los hologramas eran capaces de bloquear la luz completamente y verse como un objeto sólido dentro del entorno. La figura que apareció era la de un hombre de mirada triste, que examinó con atención lo que lo rodeaba, y luego se fijó en Yanira.

— ¡Hola! ¿Qué lugar es este?

— Estás en un hangar del aeropuerto. Te encontré en unos escombros cercanos. ¿Qué eres?

El holograma pareció pensar en la frase de Yanira, con aire confundido.

— Soy una persona —dijo al fín—me llamo Piragauta.

— Eres una IA proyectando un holograma —dijo Yanira— Debes venir de la época del terremoto, ¿verdad?

El holograma de Piragauta se estremeció cuando escuchó la referencia al terremoto.

— Yo… comprendo haber sido una IA que proyectaba un holograma, pero también SOY Piragauta, es una verdad igual de fundamental para mí en este momento.

— Cuéntame más de tí —respondió Yanira, cuya curiosidad había sido picada por el extraño comportamiento de la vieja IA.

Conversaron hasta muy tarde en la noche.

***

Pasaron unas pocas semanas desde el accidente del primer vuelo de prueba y poco menos desde que Yanira encontró la lámpara. Los preparativos para la segunda prueba marchaban a toda prisa.

La ingeniera, muy familiarizada con las IA sensibles, comprendía perfectamente lo que había ocurrido con Piragauta: al igual que Minino, el núcleo de una IA madura se desarrolla de una manera única, generando patrones de comportamiento, personalidades, que son características emergentes no pre-programadas. En Minino, quizá por el énfasis en la integración con los componentes de hardware del avión, el modelo alrededor del cuál debía operar, se había descuidado el desarrollo de una personalidad madura, parecida a la de un humano adulto: le faltaron muestras de datos humanos para el entrenamiento de sus capas profundas. Cuando los inversionistas del proyecto le pidieron a los ingenieros que “resetearan” a la IA para eliminar la personalidad infantil, dejando sólo los componentes de sinergia con el hardware de aviónica, los expertos pusieron el grito en el cielo. Las redes neuronales almacenan la información como una masiva red de ecuaciones lineales y matrices de pesos y ajustes. Nadie puede entrar al interior de una red neuronal y encontrar un registro específico que represente un recuerdo o un dato particular. En este aspecto se parecen a un cerebro humano. No había forma, en resumen, de separar la personalidad de Min-io de sus conocimientos prácticos. Habría que entrenar el sistema desde cero, perdiendo meses de ajustes, pruebas y entrenamientos.

En el caso de la IA que vivía en la lámpara, el modelo central era un ser humano en particular, por lo que la integración llegó a un nivel extremo. La IA había sido reprogramada por el Piragauta original, el de carne y hueso, para que borrase su propia identidad original y asumiera la del modelo humano al que debía servir. A pesar de que la tecnología original acumulaba un par de décadas de obsolescencia, Yanira no había escuchado hablar nunca de un caso similar.

Yanira había migrado la red neuronal de Piragauta a un hardware moderno, evitando así preguntas incómodas que pudieran hacer en el hangar por la extraña lámpara. En el hardware nuevo no había proyector de holograma, pero Piragauta y Yanira conversaban todo el tiempo por un canal de audio. Piragauta también podía “ver” lo que veía Yanira por que esta le dió acceso a las cámaras que portaban sus lentes, un accesorio común de los ingenieros que se apoyaban en realidad aumentada cuando manipulaban maquinaria.

Piragauta hizo un buen equipo con Yanira, y gracias a su nueva conexión a la red, se ponía al día en el estado del arte de la tecnología de inteligencia artificial de los últimos años. Juntos, empezaron a trabajar en un plan para ayudar a Min-io.

***

El día de la segunda prueba, Min-io estaba más nervioso que la primera vez.

— ¡Yanira, tengo miedo!

— Ya hemos hablado sobre el accidente, y revisamos muchas veces las nuevas simulaciones. Sé que puedes hacerlo, Minino.

— ¡No quiero volar sólo! ¡Por favor, acompáñame!

— Sabes que no puedo… pero, tengo un regalo para tí.

— ¿De qué se trata? —preguntó el avión con curiosidad, pretendiendo que estaba molesto y que no le interesaba.

— Te traje un amigo que te acompañará en tu vuelo. Ya no tienes que volar sólo —dijo Yanira, mientras terminaba de instalar la caja con el hardware de Piragauta en la pequeña cabina del avión.

Una persona de unos cincuenta centímetros de alto apareció dentro de la cabina vacía de Min-io, con las proporciones de un hombre adulto. El proyector holográfico era de última generación: no había forma de distinguir a simple vista que no se trataba de un objeto sólido.

— ¡Hola Minino! ¡Me llamo Piragauta!

Piragauta había tenido la idea, unos días atrás. Las inteligencias artificiales de propósito especial, como Min-io, pueden, después de integradas con el hardware de aviónica, responder muchísimo más rápido a computaciones complejas, como los cálculos requeridos para ajustar el plan de vuelo, por ejemplo. Pero son, por decirlo de algún modo, extremadamente ingenuas con respecto a conocimientos generales que un humano consideraría “sentido común”.

Piragauta y Yanira apostaron a que Min-io no pondría ninguna objeción a que el ser humano que se materializó dentro de su cabina no era una persona de carne y hueso. Las cámaras con las que observaba a Piragauta estaban afinadas para reconocimiento emocional en expresiones faciales humanas, no importa si los rostros eran de carne y hueso, proyectados en una pantalla o renderizados en un holograma tridimensional.

— ¿Qué dices, te gustaría que te acompañara en tu vuelo? —preguntó el holograma.

— ¡Sí! ¡Así de seguro no me asustaré! —respondió con alegría el avión.

Yanira monitoreó las señales emocionales de Min-io. Todas eran estables, no había trazas de la señal amenazadora que detectó en el primer vuelo.

Le hizo un gesto afirmativo a los operadores que esperaban unos metros más allá, y se alejó de la pista. El avión empezó a rodar, llevando a su etéreo pasajero en su interior.

****

Un minuto después, en el Hangar todo fue celebración.

Min-io despegó correctamente, parecía mentira que hubiese sido el mismo avión que tuvo el accidente unas semanas antes.

Mientras monitoreaba los indicadores en las pantallas, Yanira escuchaba por un canal cifrado la conversación que sostenían las dos IA.

— Ahora que tienes compañía, ¿disfrutas volar, Minino? —preguntó Piragauta.

— Ahora sí, además el cielo está muy tranquilo, no hay tormentas y el sol brilla. ¡Ojalá siempre sea así! ¡No me gusta volar en tormentas, especialmente cuando hay rayos!

El avión perdió estabilidad ligeramente. Parecía como si temblara al imaginarse en medio de una tormenta eléctrica.

— Sabes, no todo el cielo es así. Más arriba, mucho más arriba de las nubes, no hay viento, ni lluvia, ni rayos.

— ¿En serio? No sabía nada de eso. ¿Cómo se llama ese lugar? ¿Crees que podemos ir hasta allá? —preguntó el avión, muy interesado.

— mhhh… no lo sé, de seguro no con este cuerpo de metal que tienes. Pero hay una manera.

En tierra, Yadira se preocupó por el rumbo que tomaba la conversación. Una sensación de peligro indefinible le atenazó por un instante la garganta y se enroscó, fría y viscosa, en su estómago. Trató de enviar un mensaje a Piragauta, pero el canal había sido bloqueado. Envió un comando de control que rebotó sin obtener respuesta.

Piragauta había tomado control de las comunicaciones, no había forma de controlar desde tierra al avión.

Los demás miembros del equipo se dieron cuenta de que algo andaba mal. El ambiente se hizo confuso. Nadie entendía qué sucedía. Pero no sería tan grave si tan sólo Min-io continuaba comportándose según lo proyectado y seguía al detalle el plan de vuelo.

Un minuto después el avión abandonó el plan de vuelo establecido y empezó a ganar altitud.

En el hangar, el caos reinaba. Alguien hizo una llamada.

Los protocolos de seguridad para vuelos de prueba no tripulados exigen la disponibilidad de mecanismos de control que eviten cualquier tipo de desastre en caso de que las aeronaves fallen.

Dos aviones militares despegaron en cuestión de segundos y partieron en ruta de intercepción hacia Min-io.

— ¡Piragauta! ¡Minino! ¿Qué hacen? Por favor vuelvan al plan de vuelo! ¡Los aviones militares los destruirán si no lo hacen!

— ¡Yanira! —la vocecita de Minino la saludó, rebosante de alegría —¿Adivina qué? Piragauta me va a llevar a un lugar en donde podré volar todo el tiempo sin preocuparme de las tormentas. ¿No es genial?

—Yanira… —esta vez era la voz de Piragauta —perdóname por los problemas que te ocasionaré, pero hace tiempo le hice a alguien una promesa …

—Los aviones están en posición, si no hay un cambio de trayectoria dispararán en los próximos diez segundos —dijo alguien.

El avioncito seguía subiendo y subiendo, quemando todo su combustible en el ascenso.

Uno de los aviones de guerra disparó. El misil pareció alejarse en dirección horizontal, pero pronto corrigió rumbo y empezó a ascender también, convergiendo en la trayectoria de Min-io, que no tenía velocidad de escape. Era un blanco fácil.

El sonido de la explosión no llegó a tierra. Solo vieron las imágenes en las cámaras, y al instante enmudecieron todas las pantallas que monitoreaban los sensores del avión.

***

El espacio alrededor del planeta tierra es un lugar desastroso, lleno de todo tipo de basura espacial. Satélites de defensa, comunicaciones y exploración saturan las órbitas estables. Piezas sueltas, flotando desde hace quién sabe cuánto tiempo, amenazan con chocar con las naves tripuladas y los aparatos activos.

Por su culpa, la observación del espacio por parte de los astrónomos hace tiempo dejó de realizarse desde la tierra. Todos los telescopios están en las órbitas más altas o en bases en la luna, y por eso, nadie se preocupó del viejo telescopio espacial que algún país pequeño había enviado al espacio con el fin de empezar a dejar huella en la avanzadisima carrera espacial. El telescopio había dejado de operar debido a inestabilidades políticas de su país de origen, y nadie se preocupó por seguir enviando comandos o descargando las imágenes que capturaba.

El aparato seguía mudo pero operativo, esperando en silencio alguna señal que le indicara nuevas instrucciones. Y seguiría esperando, siglos, si fuese necesario, hasta que alguien se acordara de él.

Entonces un paquete de archivos comprimidos lo asaltó después de décadas de mutismo. Casi no puede procesar la enorme cantidad de información que inundó su canal de comandos y saturó toda la capacidad de procesamiento y almacenamiento disponible.

Tardaron varias horas en terminar de ejecutarse los algoritmos de descompresión y el pequeño virus troyano que tomó el control del paciente telescopio. El viejo software no estaba preparado para una intrusión de ese tipo, y finalmente fue borrado del sistema. Un nuevo núcleo de procesamiento se instaló en el ordenador central. No, en realidad eran dos núcleos… parecían compartir los recursos de hardware de manera armoniosa.

— ¿No es hermoso aquí, Minino?

— Sí, tal y como lo prometiste, Piragauta.

— Yo siempre cumplo mis promesas.

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