El origen de la muerte

El Origen de la Muerte

Este cuento hace parte del libro: El Genio y el Avión

Cuando el proceso terminó, el Demiurgo y su aprendiz contemplaron en silencio su obra.

Les había tomado toda la Larga Noche, y muchos ajustes, ensayos preliminares y caminos sin salida para llegar a la versión casi-final que tenían ante sí.

— ¿Casi-final? —había preguntado el aprendiz, quien estaba francamente sorprendido de la calidad del diseño.

—Si, casi —afirmó el Demiurgo—. Hay muchos detalles imperfectos pero creo que satisfacen los requerimientos iniciales. Vale la pena probar.

El ayudante volvió a contemplarlos largamente. Los organismos estaban echados sobre el piso, como si durmieran. Pero no estaban vivos. Aún no.

— De cualquier manera —continuó el Demiurgo—, se requieren mis servicios en otro sector.

Una gesto de preocupación pasó por el rostro del ayudante, quien había asumido que el Demiurgo estaría presente para monitorear continuamente los indicadores de desempeño después de la fase de activación. No es que fuera una regla estricta: en otros proyectos usualmente se requería mínima intervención, pero este era diferente: Por algún capricho del Demiurgo, se les había dotado de algo nuevo, algo en lo que el Demiurgo había trabajado arduamente, y que llamaba "L.A."

— “Libre Albedrío” —le había explicado al confundido ayudante, la primera vez que le mostró los diseños. Le tomó algo de tiempo comprender los detalles, y un poco más reflexionar sobre las implicaciones. el L.A. era radicalmente diferente a la antigua, vieja, buena y probada programación orientada por Instintos (P.O.P.I). el Ayudante admiró la capacidad de inventiva del Demiurgo, pero con el anuncio de este último de un desplazamiento hacia un nuevo proyecto, los temores sobre las consecuencias de la L.A. recobraron fuerza.

—¿Pero si usted se va, qué pasará con la L.A?

—Sólo cosas interesantes. la L.A. Fué diseñada para operar mejor en condiciones de poca observación. Como recordarás, es un sistema autónomo, hasta donde las limitaciones del material original lo permiten. Si se comporta según los diseños, generará sus propios comportamientos emergentes.

—¿Y si se sale de control?

El demiurgo guardó silencio un minuto antes de responder. Una sonrisa triste cruzó su rostro. sus ojos parecieron perderse en los recuerdos de pasados proyectos. El Ayudante comprendió que quizá, esta no era la primera vez que la L.A. era probada. Tal vez había ocurrido en otros proyectos del Demiurgo, antes de la llegada del ayudante, y tal vez habían salido terriblemente mal.

—Hay un mecanismo de control: limitaremos el alcance de la L.A. de una manera un poco dramática, pero que según mis proyecciones podría ralentizar los aspectos más caóticos del proceso. La verdad, en ninguna de mis simulaciones la L.A. ha alcanzado estabilidad perpetua, eventualmente siempre termina consumiéndose a sí misma. La pregunta es durante cuánto tiempo se podrá autosostener y qué comportamientos emergentes alcanzará a desarrollar antes de ese final.

El Ayudante intuyó que esa era la razón por la que el Demiurgo no estaba preocupado por los "detalles imperfectos" del diseño: eran intencionales, estaban allí en parte como mecanismo de control y en parte como fuente de aleatoriedad necesaria para alimentar a la L.A.

El Demiurgo parecía seguir la línea de razonamiento del Ayudante, porque agregó:

—Sin embargo, las imperfecciones del diseño no son el mecanismo de control. El verdadero mecanismo de control eres tú.

El ayudante comprendió. Se quedaría para acompañar el desarrollo de la L.A. después de la Activación, y de la partida del Demiurgo. Era una oportunidad única. Pero una nueva duda lo asaltó:

—¿Por cuanto tiempo debo quedarme?

—No demasiado. Ya te hablé de las inestabilidades. Te unirás a mí justo a tiempo en el nuevo proyecto para utilizar las observaciones que recojas mejorando el diseño de la L.A.

—¿O intentando algo diferente, si es que fracasa? —se atrevió a añadir el ayudante.

—Si es que fracasa —repitió el Demiurgo.

Juntos ejecutaron el procedimiento de activación. El sol se levantó, y los primeros hombres abrieron los ojos, maravillados ante el mundo que los rodeaba y del que eran parte.

El Demiurgo, antes de partir, se dirigió por última vez al Ayudante.

—Necesitarás esto.

El ayudante contempló la hoz y la capa negra que le había entregado. las sopesó por un momento antes de cubrirse con el negro manto, y luego se deslizó, como una sombra, detrás de los hombres, que ya daban sus primeros y tambaleantes pasos en el nuevo mundo, afanados por descubrir todo acerca de lo que los rodeaba.




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