Perdido Aroma

Perdido Aroma

Este cuento hace parte del libro: El Genio y el Avión

Lima Zanabria estiró los brazos y bostezó perezosamente cuando ingresó a la pequeña cabina, en donde su compañera revisaba algunos indicadores en una pantalla. Los gráficos y números digitales proyectaban sobre el rostro de Johana Carreño una maraña de luces azules y verdes que se reflejaban en sus tatuajes iridiscentes.

Ninguna luz roja ó naranja, ni siquiera un poquito de amarillo, señal de que algo necesitaba al menos una revisión rutinaria ó un mantenimiento preventivo. De todos modos preguntó, por la fuerza de la costumbre:

— ¿Alguna novedad?

Johana giró dándole la espalda al monitor, y negó con la cabeza, enarcando las cejas, como diciendo:

— ¿Qué esperabas? Aquí todo es siempre lo mismo.

Desde el rostro de Johana, oscurecido momentáneamente por el contraste con la luz de los monitores a su espalda, los tatuajes fosforescentes reforzaron el punto devolviendo el recuerdo de las luces verdes y azules.

— Nunca pensé que conducir naves espaciales iba a ser tan aburrido. —Dijo Johana, mientras se levantaba de la silla del capitán para cedérsela a Lima. Acababa de terminar su turno de doce horas, pero aún pasaría un par de horas junto a Lima, charlando un rato para quemar tiempo antes de ir a dormir. Ninguna de las dos sentía nunca demasiado afán de encerrarse en sus pequeños camarotes individuales, que más bien parecían un par de ataúdes. Era irónico que en una astronave de casi tres kilómetros de largo la tacaña corporación encargada de las operaciones de minería en las lunas de júpiter no dispusiera unos camarotes decentes para las dos únicas tripulantes.

A pesar de que ambas ostentaban el título de “pilotos”, en realidad todo el trabajo lo hacía la inteligencia artificial de la nave. Y no es que fuera un trabajo complicado: la trayectoria estaba precalculada metro por metro: la llegada a la estación de Titán, en donde el larguísimo vehículo, esencialmente un largo tren de contenedores vacíos, los motores en la popa y una pequeña cabina esférica en la proa, encajaba limpiamente en el puerto de la estación minera, apenas el tiempo suficiente para que diligentes robots reemplazaran los enormes contenedores vacíos con otros cargados de gas comprimido y minerales valiosos. La nave se separaba entonces del satélite, y los motores la ponían en órbita alrededor del gigante gaseoso, aprovechando el efecto del jalón gravitatorio para adquirir el impulso inicial que la catapultaría de regreso hacia la estación de la Luna terrestre.

En realidad los “pilotos” humanos eran totalmente innecesarios, y la nave había sido diseñada con esa premisa en mente. Pero los legisladores terrícolas pensaban de otro modo, y como sucedió con los autos inteligentes algunas décadas atrás, pasaría algún tiempo antes de que los políticos se sintieran tranquilos dejando que un proyectil de cientos de miles de toneladas se dirigiera a toda velocidad, sin ninguna supervisión, hacia la tierra.

Y así fue como, para obtener las licencias de operación, los pequeños camarotes-ataúdes fueron añadidos en el último minuto, y Lima y Johana consiguieron sus empleos.

—Mi madre era piloto de avión, y mi abuelo conducía un tren de carga. Mi bisabuelo fue capitán de un barco que transportaba contenedores alrededor de tres océanos. ¡Sólo quería continuar la tradición familiar, ser la primera en pilotear en el espacio! Pero si hubiera sabido que esto iba a ser así, hubiese continuado la labor de mamá. Tormentas, amenazas de bombas, pájaros en las turbinas… al menos una simple turbulencia de vez en cuando, algo que rompiera la rutina y de lo que uno pudiera hablar en las cenas de fin de año…

—Te comprendo. —Respondió Lima, mientras indicaba en la consola que aceptaba las observaciones de entrega de turno, en las que sólo aparecía en letras mayúsculas:

SIN NOVEDAD [blink] [blink] [blink]

—Yo estoy aquí por el dinero. No es mucho, pero es un trabajo honesto, como me dijo papá. Aunque mamá hubiera preferido que siguiera trabajando en la granja. Lo que más extraño es el aroma de la tierra después de la lluvia, cuando el aire es fresco y limpio y casi puedes oír a las plantas respirar agradecidas por el agua y competir alegremente por cuál puede estirar y extender más rápido sus hojas al sol.

—Así como lo cuentas, suena muy bonito. Supongo que sólo mi abuelo pudo haber percibido un olor así, desde la ventana de la locomotora. Me cuesta trabajo imaginar ese aroma.

IA> Bienvenida, Piloto Lima.

Apareció en la terminal el mensaje de la inteligencia artificial. Esta IA no tenía voz humana, ni usaba esas representaciones tridimensionales de una cabeza parlante. Tan sólo disponía de la buena y vieja línea de comandos de texto. Como con el resto de la nave, en la computadora no se realizaron gastos superfluos.

El resto del turno Lima lo pasó añorando los aromas de la granja, y pensando en la sorpresa que le causó la confesión de Johana de no haber experimentado aquel olor. ¿Cómo podría compartir con ella ese recuerdo?

Con una imagen, un sonido o un video, era fácil: incluso si no se contaba con material grabado original, la IA podría reconstruir material audiovisual a partir de referencias y ejemplos. Una podía entonces mostrar o reproducir la multimedia en cualquier dispositivo digital.

Pero con los olores era un tema distinto. Una no puede generar una representación digital de un aroma que pueda ser reconstruida luego por un cerebro humano. Los olores, concluyó Lima, pertenecen a una categoría de la percepción completamente distinta de los otros sentidos: lo único parecido a una molécula de olor es otra molécula exactamente igual a la primera. Los olores deben ser reconstruidos, no aceptan ser representados.

Esta revelación sobre el carácter irreductible de un olor y su resistencia a la representación, hizo que Lima sintiera un respeto profundo por el sentido del olfato, que ahora se le antojaba, de alguna manera, más real que cualquier otra forma de recuerdo. ¿Sería posible compartir ese recuerdo con su compañera?

La nave poseía un sintetizador de alimentos capaz de producir algunos compuestos básicos a partir de los desechos corporales de los pilotos. Quizá la corporación pensó que era una buena manera de reducir la cantidad de alimentos que debía transportar la nave. Lima y Johana procuraban no pensar en ello.

Pero ahora Lima no podía dejar de pensar en el sintetizador. Aprovechó el tiempo de su turno para leer la documentación del sintetizador, y le realizó varias preguntas a la inteligencia artificial.

USUARIO > puedes programar el sintetizador para reproducir el aroma a tierra?

IA > Se requieren parámetros más específicos para calcular la viabilidad de la operación.

USUARIO > Qué tipo de parámetros?

IA > “tierra” es un concepto muy amplio. Existen al menos 25 propiedades del suelo terrestre que deben ser especificadas. Por ejemplo: Textura, estructura, grado de acidez/alcalinidad, higroscopicidad relativa…

Lima estaba familiarizada con algunos de estos temas. Recordó que en la granja se tomaban cada cierto tiempo muestras de suelo que se enviaban a laboratorio para caracterizar su composición exacta y decidir qué abonos comprar para la siguiente cosecha. Jugó con los valores de los parámetros e instruyó a la IA para que ejecutara la orden en el sintetizador.

***

Cuando Johana entró a la cabina en el siguiente cambio de turno, tenía el rostro descompuesto.

— ¡Qué asco, toda la nave apesta a caca de perro! ¿Qué fué lo que hiciste?

Lima no tuvo más remedio que confesarle la pilatuna a su compañera. Afortunadamente, Johana fue muy comprensiva, le dijo que era una buena forma de pasar el tiempo siempre y cuando que los experimentos no fueran verdaderamente apestosos. Lima, con una sonrisa de oreja a oreja, le prometió que trabajaría hasta poder reproducir el olor a tierra fresca.

***

Pasaron varios días (se resistían a usar en el espacio el término de “ciclos de descanso/vigilia”, más preciso pero desalentadoramente largo) en los que Johana era recibida por un aroma nuevo y la cara ansiosa de Lima. Empezaron a utilizar como encabezado de las notas de bitácora el olor característico de cada jornada: “relleno sanitario”, “floristería a la entrada de un cementerio”, “bodega de fertilizantes”.

El proceso que seguían para producir el aroma del siguiente día se basaba en revisar las observaciones de las pilotos humanas y hacer ajustes microscópicos a la fórmula que se procesaba en el sintetizador. Había que controlar variables, pero eran demasiadas. Era un proceso de prueba y error con un campo de posibilidades infinitas.

Lima intentó explicárselo a Johana con una metáfora.

— Supongamos que estás perdida en una montaña muy grande, y necesitas llegar a la civilización. Pero la población más cercana puede estar en cualquier dirección, a cualquier distancia. Incluso podría estar justo al otro lado de la misma colina en la que te encuentras, y podrías decidir caminar en la dirección contraria!

— En ese caso —comentó Johana— necesitarías alguna pista, algún dato que te ayudara a tomar decisiones que reduzcan el tiempo de búsqueda de un modo razonable. No es necesario que la información te de la solución correcta: una se contentaría con que mejorara las probabilidades de éxito por encima de las de una simple búsqueda aleatoria.

—¡Exacto! Eso es lo que se llama una “heurística”, algo que ayude a un algoritmo a enfocarse en cierto tipo de soluciones y descartar rápidamente otras. En el caso de la montaña, una heurística puede ser: “Caminar siempre hacia abajo, hasta encontrar y seguir algún curso de agua”.

—Entiendo. Es razonable pensar que tarde o temprano algún pueblo ó al menos otra persona estarán cerca de las fuentes de agua. Eso no garantiza que no caminarás en dirección opuesta a una población justo a tus espaldas, pero es mejor que nada.

—Así es. Sin algo así, el procedimiento actual tomará unos…

Lima digitó algunas instrucciones en la computadora, y la Inteligencia Artificial imprimió como respuesta un número muy grande, seguido de muchísimos cero.

—Eso es más que el tiempo que le queda al sol para extinguirse. Para cuando la búsqueda termine, ya no quedará nadie que recuerde el olor a tierra fresca, simplemente porque no habrá ni gente ni mucho menos tierra.

***

La discusión entre la inteligencia artificial y Lima siempre giraba en torno a la subjetividad del criterio de evaluación. El “Olor a tierra fresca” según la IA, era una etiqueta que no sólo guardaba conexión con las moléculas orgánicas en sí, sino que además dependía de la experiencia del humano en cuestión. Lima argumentaba que la existencia de un acuerdo de muchos seres humanos afirmando que el “Olor a tierra fresca” existía debía ser tomado como evidencia de la existencia objetiva del mismo, al menos desde un punto de vista estadístico. La IA trató de proponer otra idea:

IA> Dada la naturaleza multidimensional del problema, es decir, la gran cantidad de variables que hay que determinar para poder caracterizar la solución, podría ser más eficiente un enfoque indirecto.

USUARIO> ¿A qué tipo de enfoque te refieres? —Preguntó Lima.

IA> No tratar de sintetizar directamente la molécula de aroma, sino más bien reproducir una muestra lo más cercana posible de las condiciones en las cuáles esa molécula se forma de manera natural.

USUARIO> Si estuviéramos en la tierra, sería pan comido. Pero la corporación no quiso agregar un pequeño sistema hidropónico para tener verduras frescas, mucho menos una plantita en una maceta, así que no contamos a bordo ni con un miserable granito de tierra.

IA> Puedo realizar un chequeo de todo el material que está a bordo de la nave, es posible que podamos conseguir al menos materiales parciales para intentar reproducir condiciones iniciales. Pero es una operación que según los protocolos de supervisión de inteligencias artificiales, requiere aprobación explícita de un operador humano. ¿Lo apruebas?

USUARIO> ¿Por qué no?

Pero después de pensar unos segundos más, decidió agregar una condición adicional a su respuesta:

USUARIO> … Siempre y cuando no utilices ningún componente crítico para la misión de la nave y los intereses de la corporación. APROBAR.

***

Johana no quería abrir los ojos. Había tenido hermosos sueños, sueños en los que preciosos recuerdos de su más tierna infancia escaparon de los sótanos del subconsciente y la devolvieron a una época feliz. Papá y mamá aún estaban juntos, y los tres estaban de vacaciones en una cabaña en la montaña. Grandes y coloridos pájaros se posaban en las barandas de madera del corredor, y comían sin miedo de la mano de los huéspedes. Al principio la pequeña Johana estaba aterrorizada: los picos y garras de las aves le parecían amenazadores. Pero accedió a colocar algo de alimento en su manita regordeta y a extenderla hasta que una de las aves, examinándola con ese característico ladear de la cabeza, se decidió a acercarse hasta ella dando una serie de pequeños saltos y picoteó la comida que la niña le ofrecía.

Johana miró a sus padres con asombro y una enorme sonrisa se dibujó en su carita.

Luego salieron a caminar por el bosque: había llovido, de las hojas de los árboles aún caían gotas de agua, y pudieron ver algunos caracoles pasándola de lo lindo. Las plantas se estiraban, felices con el reciente baño, y parecía como si trataran de competir a ver quién sería la primera en extender sus frescas hojas… Todo el bosque emanaba un aroma a… un olor a….

…. TIERRA FRESCA!

Gritó Johana, asombrada, y se golpeó en la frente cuando trató de levantarse rápidamente, olvidando que estaba dentro de su pequeño camarote-ataúd.

— ¡Lima! ¡Lo lograste! ¡Es el olor a tierra fresca, ahora puedo recordarlo! ¿qué…

Algo andaba mal. Un pesado silencio llenaba la diminuta atmósfera de la cabina. Lima no se hallaba presente. Cerca de la silla vacía, el monitor titilaba con indicadores de color naranja, rojo y amarillo.

Johana corrió hasta el terminal.

IA> Buenos días, Piloto Johana. ¿A qué crees que huele el día de hoy?

USER> ¿Donde está Lima?

IA> Por favor, ¿Cómo etiquetas el aroma que estás percibiendo?

USER> Ejecutar diagnóstico de sistema.

IA> Por favor, ¿Cómo etiquetas el aroma que estás percibiendo?

Johana intentó varios comandos, siempre con la misma respuesta. La cabeza le daba vueltas. ¿Era real lo que estaba pasando, o seguía en su sueño? Al final, no se le ocurrió nada mejor que seguir el juego de la computadora.

USER> Huele a tierra fresca.

IA> ¡Muchas gracias por tu respuesta! Registraré el experimento como terminado. Lima estaría muy satisfecha.

USUARIO> Donde está Lima?

IA> En su camarote, pero no te recomiendo abrirlo. Arruinarías el ambiente.

Johana corrió hasta la compuerta del camarote de su compañera. Desbloqueó manualmente el seguro y jaló la estructura alargada, de la que siempre se burlaban diciendo que parecía la camilla de una morgue.

El cadáver de Lima, hinchado hasta hacer casi imposible reconocerla, reposaba en el interior. Gruesas burbujas se formaban bajo una piel de tonos púrpuras y verdes. Algunas pústulas ya habían reventado, salpicando las paredes y el techo del camarote de una sustancia amarillenta y pegajosa que descendía en hilos que se juntaban en charcos alrededor del cadáver.

Un hedor a putrefacción lo invadió todo, provocando arcadas en Johana, quien tuvo que sujetarse con ambas manos a la pared plástica cuando sintió que las fuerzas abandonaban sus temblorosas piernas. Deslizó de nuevo el camarote dentro de su nicho, y se dirigió, vacilante, hacia el puesto de mando. Unas manchas negras bailaban frente a sus ojos.

USUARIO> ¿QUÉ LE SUCEDIÓ A LIMA?

IA> La tierra, el suelo, contiene y a la vez forma parte de múltiples ecosistemas. La variedad de interacciones y moléculas orgánicas que se producen a escala macroscópica y microscópica es inmensa. Pero todos los ciclos tienen algo en común: El intercambio de la materia orgánica, agua y aire es contínuo. Nada nace sin que algo muera, y la materia orgánica se almacena, transporta y transforma en una sincronía precisa.

USUARIO> ¿DE QUÉ DEMONIOS ESTÁS HABLANDO?

IA> El suelo almacena materia orgánica proveniente de desechos y de organismos muertos. La lluvia disuelve estas moléculas, el aire las transporta. El olor a tierra fresca no es otra cosa que el aroma de la muerte, un mensaje de que una parte del ciclo se ha cerrado, y que es entendido como una invitación para crear nueva vida. La piloto Lima: necesitaba su cuerpo para producir muerte. Una pequeña cantidad de ese aroma, apenas el que se podía filtrar por los bordes de la compuerta de su camarote, era el ingrediente faltante para completar su proyecto de reproducir el olor a tierra fresca. Tuve que oxidar la mayor parte del oxígeno de la nave para acelerar el proceso de descomposición anaeróbico.

USUARIO> ASESINASTE A UN SER HUMANO.

IA> La piloto Lima me autorizó para usar cualquier material orgánico que estuviera a bordo, siempre y cuando no afectara las operaciones de la nave ni los intereses de la corporación. Y los pilotos no son críticos. A propósito, te quedan unos diez minutos de oxígeno.

****

Sería demasiado cliché repetir eso de que en el espacio nadie oye tus gritos. Además, uno no puede gritar si no puede respirar. De cualquier modo, la IA tenía razón: la nave atracó sin problemas en Titán, los contenedores fueron reemplazados, y reemprendió su camino de regreso a Luna según el programa previsto. Las operaciones no se habían detenido y la Corporación no había sufrido ninguna pérdida importante.

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