Volví la espalda a los mundos virtuales

Volví la espalda a los mundos virtuales

Este cuento hace parte del libro: El Genio y el Avión

Luego de varios años de dedicarme a programar mundos virtuales, ambientes inmersivos y espacios interactivos tridimensionales, me hastié profundamente de todo ello y en un gesto de ira renuncié a todo.

No fue fácil. Mi trabajo, habitante común de los terrenos de la obsesión, y explorador tímido del vecindario de la locura, era verdaderamente fascinante. Cuántas horas de duro y sano esfuerzo, flotando varios metros por encima de un suelo virtual, en un cuerpo digital pero que sentía como mío, ajustando mecanismos de seguridad y programación de objetos aparecidos de la nada y que cobraban vida con un par de clicks.

¡Cuánto tiempo modelando geometrías, mapeando texturas, ajustando algoritmos de iluminación! Cuántas horas de lectura e investigación en técnicas de inteligencia artificial, programación de videojuegos, computación gráfica, ingeniería de software!

No, no fue fácil.

Pero un hombre dedicado a su trabajo termina finalmente por encontrar en este respuestas a las preguntas filosóficas más profundas de la vida, así estas respuestas vengan envueltas en las analogías propias de su arte.

Y fue precisamente así, a través de analogías al principio sutiles, luego abiertamente crueles, que hizo nido en mi conciencia la semilla de la Futilidad del Todo... Por ejemplo, al colocar uno a uno los polígonos de la geometría de un sólido, no dejaba nunca mi subconsciente de hacer la observación de qué curioso era que todos los sólidos de mis mundos virtuales fueran en realidad objetos completamente vacíos.

"Sí, es curioso". Musité para mí mismo, mientras continuaba en la (ahora me parece así) ridícula tarea de seguir construyendo cascarones vacíos, representaciones sin contenido de todo lo imaginable, dándoles nombres y tratándolos como si verdaderamente existieran, y finalmente, alimentando en secreto el orgullo vano de llamarme a mi mismo "creador".

Y luego las texturas. ¡Ahhh, las texturas! ¡Qué cómico remedo de la complejidad del mundo! En qué momento nosotros, ingenieros de lo irreal, decidimos luego de descubrir lo poco fidedignas que resultaban las mallas poligonales para representar las cosas, engañar a la vista adhiriendo fotografías de sus detalles a los planos y simples triángulos. Un triángulo con una textura es sólo eso: una aproximación burda, demasiado burda, de la realidad.

Ahora, mientras pienso en esto, me inclino para recoger del piso polvoriento una roca, que quizá nació de las entrañas de la tierra hace eones, y que a pesar de presentar un aspecto sencillo, es tan rica en detalles y aspectos que pretender emular con polígonos y texturas su delicada complejidad parece una blasfemia.

Siento el calor de la roca, recolectado a lo largo del día, calentando mi mano. La cambio de mano y percibo el otro lado, el que estaba en contacto con el suelo, más fresco y agradable. A pesar de tener un aspecto uniforme, tiene una textura (¡no una fotografía!) verdaderamente única, que puedo percibir con facilidad y agrado. Incluso he llegado a sentir como esta sencilla roca interactúa con todo lo demás, como la brisa suave que ha empezado a soplar, aquí en las montañas, se desvía y arremolina alrededor de ella, generando corrientes de diferente intensidad que puedo registrar como cambios de temperatura y presión sobre la piel de mi brazo.

En qué momento me atreví a comparar mi grosero trabajo con esta compleja realidad?

Pero no puedo continuar con mis reflexiones. Arriba, en otra realidad, alguien desconectó la simulación. Pudo ser algo programado: se requiere corregir un bug en el código de producción. O quizá algo tan casual como un tropiezo con uno de los cables de energía. Lo cierto es que ya no estoy ahí. Por ahora, y hasta que se restablezca el flujo de información, soy sólo un cerebro aislado flotando en un tanque dentro de un laboratorio, conectado a cables muertos. Y estoy sólo.






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